La Hija de Abril
Editorial ALGAIDA - Grupo ANAYA
Novela publicada por la Editorial ALGAIDA del grupo ANAYA en el
año 2003.
En la contraportada puede leerse:
"En un momento crucial de su vida,
Maribel, una
mujer madura, repasará toda su existencia en un relato
recurrente y de retazos oníricos. Sus evocaciones acaban por
componer una narración emocionada y sugerente sobre los
avatares
de la mujer en los últimos años de la historia de
España y, al mismo tiempo, una narración
intemporal sobre
el enrevesado mundo de la pasión y los sentimientos.
Y es que, como demuestra La hija de
abril, en la
historia de una sola persona pueden estar contenidas las historias de
todas las personas, y una vida aparentemente convencional puede
transformarse en una experiencia mágica"
Esta novela se presentó en el
Gabinete
Literario de Las Palmas y en el Hotel Príncipe de Santa Cruz.
(Poner foto de ambas presentaciones con la reseña
correspondiente)
De LA HIJA DE ABRIL
seleccionamos un fragmento del capítulo VI.
"La avaricia, o la muerte, o el amor, o
los celos, o
la duda... Qué más da. Grandes pasiones que ponen
la vida
en su sitio, donde debe estar: en el límite, en la fuerza,
la
aventura, el riesgo, el amor.
Sobre todo el amor, que era el
sentimiento
más fuerte, el más grande, el que
movía
montañas cambiando el paisaje, trastocando la inercia,
girando
el rumbo de los ríos, y de los mares, y de las nubes, que el
amor era la suficientemente fuerte como para hacernos cambiar de
galaxia, aunque parezca una exageración, porque eso de la
galaxia es demasiado grande.
Pero casi igual debería ser
el amor que si no, no se explica.
Ella siempre protagonista de aquellos
mundos
maravillosos y aterradores donde la imaginación
creó
personajes emblemáticos, testigos de esa turbulencia que se
desarrolla en el inteior del corazón humano. Al menos
Maribel
los tenía a ellos que, agazapados en las hojas a veces
sucias y
desgastadas de los libros, eran misterio, fantasía,
ensoñación... Reales, más reales en su
vida que la
compañera de asiento o que el profesor que se
quedó en el
teorema de Pitágoras.
... en aquel mundo de fantasía no cabía nadie.
Solo ella. Ella sola.
... Era guapo. Tenía los ojos de un verde claro como de
lechuga
tierna y se colgaba a su mirada con la luminosidad de la primavera. Le
hacía un hueco inesperado y sorprendente a la esquina de la
calle, o a la puerta del colegio, o al atardecer de la plaza cuando ya
era hora de retirarse y su flequillo rubio, que le hacía
recordar a un actor de Hollywood, se plantaba en la frente
haciéndole visera al verde de los ojos.
Tenía diecisiete
años... Era un bonito
adorno a la calle, a la plaza, a la esquina o a cualquier lugar donde
inesperadamente apareciera.
Le hablaban sus ojos mucho antes que las palabras se decidiesen a
intervenir. Avanzadilla tal vez de una conquista que nada
tenía
que ver con la Historia, aunque estuviese allí como parte
del
paisaje, una piedra descolgada del muro, o un geranio nuevo en las
macetas del patio.
A su alrededor el aire se fue
enrareciendo, como
enturbiándose y tan pronto fue una sonrisa inoportuna de su
hermano, una palabra de más de su hermana, o la tonta vecina
haciéndose la tonta, preguntando quién era aquel
muchacho
que acompañaba a Maribel. El rumor fue creciendo lo mismo
que el
barranco que nace chorrito de agua y se transforma en corriente, en
tumulto, en barranquera, y así Maribel tuvo un novio
instalado
en todos los rincones de su casa, de la calle, de la plaza, del
colegio...
Claro que ella no entendía
mucho. le gustaba
aquel muchacho que la esperaba, camisa blanca y flequillo al viento,
pero nada más. Lo demás eran historias que se
inventaban
por no sé qué de sus quince años.
Y fueron precisamente sus quince
años los que
se pusieron en pie de guerra. Se armaron de coraza y cota de malla y se
dispusieron a defender a capa y espada al niño de los ojos
verdes, al que no convenía por lo de sus años y
sabía Dios qué zarandajas más.
Por eso sintió con agrado el
calor de sus
manos y la respiración tan cerca de la suya que la
estremecía hasta la misma punta de sus rizos. Seguramente
aquello era lo que sentían las heroínas de los
libros,
las que amaban a despecho de odios ancestrales o de venganzas absurdas,
o de las tonterías de los pocos años como era su
caso,
que hay que ver los mayores como se empeñan en fastidiar.
Siempre tienen que buscar una razón para estropearlo todo.
Claro
que en su caso no eran Montescos ni Capuletos, ni había
balcones, ni enredaderas, trenzas largas, ni siquiera era rica y
hermosa, pero, en fin, todas las historias no iban a ser iguales.
... Ella amaba sobre todas las cosas al
amor. Al
amor grande y maravilloso que hacía morir a cuantas
heroínas pudieran sentirse poseídas por esa
fiebre
singular, única e irrepetible.
Debía parecerse mucho a lo
que sentía
por aquel muchacho que la esperaba diariamente cuando ya
había
terminado la clase de matemáticas y el latín se
quedaba
colgado de una sotana. Ella estaba dispuesta a defenderlo como
caballera andante, desfaciendo todos los
entuertos
que rompen al amor, que matan al amor cuando era lo más
grande,
lo más importante, digo, capaz de mover montañas
y
descalabrar el paisaje.
Y amó al muchacho que vino en
nombre del amor.
.... Pero un día, irrelevante
el
porqué, ya nada fue igual. El amor que creyó
inmortal,
vencedor de guerras y de garras, de cotillas y de cotillones, se fue
alejando lentamente en un discreto mutis por el foro que la
dejó
exangue, con una extraña sensación, mezcla de
impunidad e
impotencia.
.... Se había roto la magia,
desaparecido el
hechizo. Aquel muchacho nada tenía que ver con ella, con su
vida, ni con todo aquello que creyó único,
importante y
maravilloso. Una laxitud suave y beatífica la
envolvió a
ella que ya era indiferente al flequillo rubio, a los ojos verdes y a
su pinta de actor de cine. No iba con ella. De ella era el hueco
vacío, el silencio después del
escándalo, la calma
que sobrevive a la tormenta.
Aquella tarde, mientras el sol se
deshacía en
astillas de oro, Maribel leyó una página oculta
en el
corazón de los libros.